MI DIOS MI TODO

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domingo, 9 de septiembre de 2012

¿Como puedo saber si Dios me habla atravez de la Oracion??

Entrevista al P. John Bartunek del 2 de abril de 2012

 P: Estimado Padre John, siempre estoy oyendo (y leyendo) que la oración cristiana es una conversación con Dios. Pero siendo totalmente honesto, cuando rezo no escucho que Dios me hable. Al menos ¿cómo puedo saber que es Dios y no solo mis propios pensamientos? ¿Estoy haciendo algo mal? como_se_que_dios_habla

 R: Tienes razón: la frase «conversación con Dios» describe hermosamente lo que es la oración cristiana. Cristo ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía. Entonces, como el Papa Benedicto lo explicó cuando visitó Yonkers, N.Y. en el 2007, para los cristianos la oración es una expresión de nuestra «relación personal con Dios». Y, el Santo Padre dijo además que «esa relación es lo que más importa». 

Parámetros de la Fe 
 Cuando rezamos, Dios nos habla de tres maneras, pero para entender estas tres maneras, es necesario recordar que nuestra relación con Dios está basada en la fe. La fe nos da acceso al conocimiento que va mas allá de lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Por ejemplo, por la fe sabemos que Cristo está verdaderamente presente en la Eucaristía, aún cuando nuestros sentidos solo perciban las apariencias de pan y vino. Siempre que un cristiano reza, la oración tiene lugar dentro de esa atmósfera de fe. Cuando me dirijo a Dios en oración vocal, se que Él me está escuchando, aunque no sienta su presencia con mis sentidos o emociones. Cuando yo lo alabo, le hago peticiones, lo adoro, le doy gracias, le digo que lo siento... En todas estas expresiones de oración, sé por la fe (no necesariamente por mis sentidos o sentimientos) que Dios me está escuchando, que está interesado en mi y que yo le importo. Si tratamos de comprender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no llegaremos a ninguna parte. Teniendo esto en cuenta, podemos repasar brevemente las tres maneras como Dios nos habla en la oración.

 El regalo del consuelo 
En primer lugar, Dios puede hablarnos dándonos lo que los escritores espirituales llaman consuelo. A través del consuelo, Él toca el alma y permite que ésta sea consolada y fortalecida al tomar conciencia de su amor, su presencia, su bondad, su poder, su belleza... Este consuelo puede surgir directamente del significado de las palabras en una oración vocal. Por ejemplo, cuando yo rezo la famosa oración del bendito Cardenal Newman «Guíame, Luz Bondadosa.., », Dios puede impulsar mi deseo y confianza, simplemente porque el significado de las palabras nutren y revitalizan mi conciencia respecto al poder y a la bondad de Dios. El consuelo también puede fluir de la reflexión e introspección que se da en la oración mental. Por ejemplo, al leer y reflexionar despacio y devotamente en la parábola del Hijo Pródigo, puedo sentir que mi alma se conforta con esa imagen del Padre abrazando al hijo joven arrepentido. Esa imagen del amor de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la misericordia de Dios y de su bondad: «Dios es tan misericordioso», pienso para mí y en mi corazón siento la calidez de su misericordia. Esa imagen y esas ideas son mías, en cuanto que surgen en mi mente, pero son de Dios en cuanto que surgieron en respuesta a mi reflexión de la revelación de Dios, en una atmósfera de fe. O, en otra ocasión, podría meditar en el mismo pasaje bíblico y llevarme a una profunda experiencia de dolor por mis propios pecados: en la ingrata rebelión del Hijo Prodigo veo una imagen de mis propias faltas y rebeliones y siento repulsión por ellas. De nuevo, las ideas de la fealdad del pecado y el sentimiento de pena por mis propios pecados son mis propias ideas y sentimientos, pero son una respuesta a la acción de Dios en mi mente a medida que El guía mi interior para percibir ciertos aspectos de su verdad mientras lo escucho hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia. En cualquiera de estos casos, mi alma es tocada de nuevo y por tanto nutrida y consolada por la verdad de quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –una verdad que Dios habla en mi interior. Pero la distinción entre Dios que habla y mis propias ideas no es tan clara como algunas veces quisiéramos. Él verdaderamente habla a través de las ideas que vienen a mi mente a medida que vuelvo mi atención hacia Él en la oración. El habla dentro de mi corazón, desde las palabras que toman forma en mi corazón mientras leo detenidamente Su palabra. 

Nutriendo los dones del Espíritu Santo 
En segundo lugar, Dios puede respondernos en la oración aumentando en nuestras almas los regalos del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, ciencia, piedad, temor de Dios, fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros músculos espirituales, por así decirlo; van construyendo nuestras facultades espirituales. Hacen que sea mas fácil para nosotros descubrir la voluntad de Dios en nuestra vida, de apreciar y desear hacer Su voluntad y de llevar a cabo esa voluntad. En pocas palabras, elevan nuestra habilidad para creer, esperar y para amar a Dios y a nuestros hermanos. Durante el tiempo de oración, cuando me estoy dirigiendo a Dios en la oración vocal o buscando conocerlo más a través de la oración mental, o adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi alma y la nutre aumentando el poder de estos dones del Espíritu Santo. Como estos dones son espirituales y no materiales y la gracia de Dios es espiritual, no siempre sentiré que mi alma se nutrió. Puedo pasarme quince minutos leyendo y reflexionando en la parábola del Buen Pastor y no brotarán ideas o sentimientos consoladores; mi oración se sentirá seca. Pero eso no quiere decir que la gracia de Dios no está nutriendo mi alma, que Él no está reforzando dentro de mí los dones del Espíritu Santo. Cuando tomo vitaminas (o como brócoli), no siento que mis músculos crecen, pero se que esas vitaminas están realmente posibilitando ese crecimiento. De igual manera, cuando rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la gracia de Dios, con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos y aún cuando no experimento consuelo, puedo estar seguro que Dios sigue trabajando en mi alma, haciéndola fuerte con sus dones por medio de vitaminas espirituales, por así decir, que toma mi alma cada vez que, lleno de fe, realizo un contacto con Dios. Pero solo se esto por la fe, porque Dios no siempre envía consuelo sensible con su nutrición espiritual. Este es el porque el crecimiento espiritual depende principalmente de nuestra perseverancia en la oración, sin importar si sentimos consuelo o no.

 Inspiraciones directas 
En tercer lugar, Dios puede hablar a nuestras almas a través de palabras, ideas o inspiraciones que reconocemos claramente que vienen directamente de Él. Personalmente, yo tengo un vivo recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio vino a mi mente. Ni siquiera era católico todavía; nadie me había dicho que debería ser sacerdote y sin embargo, después de una poderosa experiencia espiritual, este pensamiento simplemente apareció en mi mente, totalmente formado, con nítida claridad. Supe, sin lugar a dudas, que el pensamiento había venido directamente de Dios, que me había hablado directamente a mí, dándome una inspiración. La mayoría de nosotros ha tenido algunas, aunque sea solo unas pocas, experiencias como ésta, en las que supimos que Dios nos estaba diciendo algo específico, aún cuando solo hayamos escuchado las palabras en nuestros corazones y no con nuestros oídos físicos. Dios puede hablarnos de esta manera aún cuando no estamos en oración, pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a esas inspiraciones directas y creará mas espacios para que Dios nos hable directamente, si así Él lo desea. Jesús nos aseguró que cualquier esfuerzo que hagamos en la oración traerá gracia a nuestras almas, ya sea que lo sintamos o no: «Busquen y encontrarán; pidan y se les dará; toquen y se les abrirá» (Mateo 7,7-8), pero al mismo tiempo tenemos que recordar siempre que debemos vivir nuestra vida entera, incluyendo nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, no solo de acuerdo con lo que percibimos y con lo que sentimos. Como san Pablo dijo tan poderosamente, «Por fe andamos, no por la vista» (2 Corintios 5,7).

Fuente: www.la-oracion.com

sábado, 3 de marzo de 2012

cuando sufres y no entiendes nada.

¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios? ¿Qué hice para merecer este castigo? ¿Qué será de mi futuro? Son preguntas hirientes que brotan con frecuencia en medio del sufrimiento.

Con el salmista (Sal 30) gritamos: tristeza

"Piedad, Señor, que estoy en peligro:

se consumen de dolor mis ojos,

mi garganta y mis entrañas."

Le damos vueltas con la cabeza y no entendemos nada. Es simplemente incomprensible. Toda la sensibilidad se retuerce y a veces se rebela. No es para menos. "No lo entiendo, Señor, no tiene ningún sentido, no me entra en la cabeza."

"A ti, Señor, me acojo:

no quede yo nunca defraudado;

Tú, que eres justo, ponme a salvo,

inclina tu oído hacia mí;

ven aprisa a librarme,

sé la roca de mi refugio,

un baluarte donde me salve".


Las cosas no me cuadran

Lo que estás viviendo te parece que no encaja con el concepto del Dios bueno y justo del que has oído hablar tantas veces. Viene la tentación de la desesperanza y hasta la fe se ve amenazada.

Pero apenas puedes levantar la mirada, ves el universo: su belleza, el orden, la perfección, el detalle, la grandeza, la abundancia… y no es difícil concluir que lo hizo y lo conserva un Padre bueno que vela por sus hijos.

Ves tu vida: el mero hecho de existir cuando podrías no haber sido, tu capacidad de amar, tu familia, tu bautismo, tu educación, tus amigos… y tantas cosas buenas y bellas de tu persona y de tu historia. Aunque no es que todo sea perfecto, su belleza y gratuidad desvelan el rostro amable de un Dios que cobija a sus criaturas.
La Providencia Divina

Esa es la Providencia. No se puede probar con argumentos, hay que experimentarla. A veces se nubla u oscurece, más cuando se está en medio de la batalla; son momentos, sucesos o circunstancias particulares, pero cuando se ve en perspectiva todo adquiere sentido. Y a veces se requieren décadas para tener suficiente perspectiva. Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.



laberinto

La historia de José, hijo de Jacob, es elocuente: pasó una historia de odio, envidia, mentira, ingratitud, sensualidad… para que llegara a cumplirse el designio de Dios sobre su pueblo. Vale la pena recordarlo. Sus hermanos primero se burlaron de él, después le odiaron y le rechazaron, planearon su muerte, por fin lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo a los primeros extranjeros, unos egipcios, que pasaron por ahí e informaron a su padre que había muerto. La esposa del faraón lo tentó, luego mintió y lo acusó injustamente. José acabó en la cárcel del faraón. ¿Podría haber imaginado lo que iba a suceder después? El caso es que Dios le concedió el cargo administrativo más alto en el reino; tuvo la oportunidad de perdonar a sus hermanos, de volver a abrazar a su padre, de ofrecer a su familia y a las familias de todos sus hermanos una nueva tierra, un nuevo pueblo, una nación donde salvar sus vidas en un momento de tremenda hambre y carestía. El pueblo de Israel creció y se consolidó en Egipto.
Incendios que dan vida

Hace unos meses me invitaron a dar un taller de oración en Calgary. Tuvimos el curso en un lugar montañoso con zonas inmensas de bosque. Mientras iba por carretera pasamos por un bosque amplísimo que se había incendiado, sólo se veían troncos caídos y cenizas. Mi reacción natural fue decir: "¡Qué desastre!" Poco después apareció un gran cartel que decía: "Incendios que dan vida". El fuego forma parte del sistema de regeneración de un bosque. Cantidad de semillas permanecen encerradas en las piñas hasta que el calor de un incendio las libera. Las cenizas fertilizan el campo. Gracias a incendios de hace 30 años tenemos ahora bosques espléndidos.



providencia_2
Es necesario ver el conjunto en perspectiva. La oración es el mirador.

Cuando el sufrimiento y el misterio se hacen presentes en la propia vida, tenemos en las manos un momento privilegiado para hacer oración. No necesariamente se encuentran respuestas; más aún, rara vez se encuentran explicaciones lógicas a lo que sucede, pero es tiempo fecundo para crecer en el conocimiento personal, para reconocer los propios límites, dejarse interpelar por Dios que nos llama a la conversión y anclar la vida en una confianza inquebrantable en la providencia de Dios.



remolino

La historia es como un río que lleva su curso; en el camino encuentra tropiezos y remolinos, pero sigue su curso. Y el Plan de Dios se cumplirá. "En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo." (Jn 16,33)

"Yo confío en ti, Señor,

te digo: ‘tú eres mi Dios’.

En tus manos están mis azares (…);

qué bondad tan grande, Señor,

reservas para tus fieles,

y concedes a los que a ti se acogen”.

Cuando Dios permite que suframos sus hijos, nos ofrece una oportunidad de purificación y, sobre todo, de alguna manera nos dice: “No busques más razones, me tienes a mí como respuesta”.

"Yo decía en mi ansiedad:

"me has arrojado de tu vista";

pero tú escuchaste mi voz suplicante

cuando yo te gritaba".

Tu oración la escucha el mismo Dios que vio en la cruz a su único Hijo, Jesucristo: el crucificado que redimió a la humanidad.

La presencia infalible de Dios Padre y el ejemplo silencioso de Cristo crucificado se manifiestan a la hora de la prueba como una nueva epifanía del amor personal de Dios en tu vida. No hay manera de demostrarlo, pero quizá es una experiencia que habrás vivido más de alguna vez. Cuando abres la puerta de la fe, Él te ayuda a encajar el golpe, a recuperar la paz y a experimentar con más fuerza aún su paternidad.

Piénsalo un poco. En tu propio sufrimiento, al cabo de los años, ¿has experimentado de alguna manera la mano Providente de Dios? Si no es así, convérsalo con Él.


Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion.com y el nombre del autor, procurando mantener las ligas internas al artículo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Adviento: tiempo en el que se despiertan los corazones ¡Velad! Es una llamada a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un "más allá"

¡Queridos hermanos y hermanas!

Iniciamos en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico empieza con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.

"¡Velad!". Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “¡Velad!” (Mt 13,37). Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad,por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.

También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar con una sentida oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en un cierto momento dice: "Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades" (Is 64,6).

¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos.

En realidad, el verdadero "dueño" del mundo no es el hombre, sino Dios.

El Evangelio dice: "Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos" (Mc 13,35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El rostro no de un "amo", sino de un Padre y de un Amigo.

Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta: "Señor, tu eres nuestro padre; nosotros somos de arcilla y tu el que nos plasma, todos nosotros somos obra de tus manos" (Is 64,7).

 Palabras de SS Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus en el primer domingo de Adviento, 27 noviembre 2011